EULOGÍA

Juan Flores

por Arcadio Díaz-Quiñones

 

Estamos en deuda con la enseñanza y la tutoría de Juan Flores, con sus libros ampliamente citados Fronteras divididas: Essays on Puerto Rican Identity (1992) o From Bomba to Hip-Hop: Puerto Rican Culture and Latino Identity (2000). Debemos mucho a sus incansables esfuerzos, hurgando en archivos, bibliotecas y grabaciones sonoras, y en el vasto almacén de la memoria de amigos y colaboradores. Admiramos el modo en que delineó y, en ocasiones, transformó desafiantemente los contornos de lo que hoy conocemos como estudios sobre la diáspora y la cultura latina. Pasó los últimos años de su vida con Miriam Jiménez construyendo apasionadamente una base sólida para los Estudios Afrolatinos. Juntos crearon un espacio público y un Lector convincente para fomentar el debate abierto y el replanteamiento de la experiencia racial de los latinos, desafiando el racismo arraigado y las categorías raciales.

La tristeza no tendrá la última palabra. Estamos aquí reunidos para afirmar la posibilidad de la trascendencia a pesar de la muerte y la pérdida. Como todos ustedes, he pasado los últimos días recordando mi primer encuentro con Juan. También he estado releyendo sus textos y escuchando su voz y a algunos de los músicos que le gustaban y con los que trabajaba, Eddie Palmieri, los Pleneros y Raquel Z. Rivera. Me he emocionado profundamente escuchando estos días el nuevo disco de Miguel Zenón, Las identidades son cambiantes. Por supuesto, habíamos escuchado la voz de Juan y leído sus ensayos, pero nunca de esta manera, tan diferente, ahora que su vida ha concluido.

Recordemos juntos algunas de sus palabras clave. Me gustaría concentrarme brevemente en las palabras utilizadas por Juan al escribir sobre músicos como Rafael Hernández, Pedro Flores y Graciela para el catálogo de la exposición Nueva York, patrocinada por la Sociedad Histórica de Nueva York y el Museo del Barrio en 2010. Allí, Juan comparte sus conocimientos sobre el embrujo de la música. Pero va más allá. Con su don poético de condensación, nos invita a practicar la libertad de la que hacen gala músicos y bailarines capaces de crear algo nuevo a partir de los recursos de una sólida tradición:

[...] la historia creativa no consiste en borrar y descartar, sino que da fe de continuidades y reinvenciones. "Lamento borincano" se ha versionado en decenas de ocasiones en la salsa, e incluso ha aparecido en el hip hop, el merengue, el reggaetón y otros estilos y formatos musicales más recientes. Las canciones de Pedro Flores siguen inspirando a grupos de jazz y danza actuales, e incluso a otros más atrevidos y experimentales, como la Fort Apache Band y el Grupo Folklórico y Experimental Neoyorkino. [...]

Flores, "Before Mambo Time: New York Latin Music in the Early Decades (1925-45)" en Nueva York: 1613-1945, Edward J. Sullivan, ed., p. 267.

Historia creativa, continuidades, reinvención: esas palabras me retrotraen a la primera vez que conocí a Juan. Fue aquí, en Manhattan, a principios de los setenta. Frank Bonilla nos puso en contacto. Juan formaba parte de un vibrante grupo de estudiantes, activistas radicales y artistas que estaban sentando las bases del Centro de Estudios Puertorriqueños. Este ambicioso proyecto implicaba no sólo construir un nuevo y complejo archivo de libros, folletos, panfletos, fotos y manuscritos. Implicaba fundamentalmente ir en contra de las narrativas históricas dominantes, escribir historias que estaban esperando ser contadas. Los retos eran enormes. El contexto estaba marcado por la larga Guerra Fría, la militarización de Puerto Rico, los movimientos por los Derechos Civiles y el Poder Negro, la oposición a la guerra de Vietnam, la constante vigilancia gubernamental y la purga de izquierdistas y nacionalistas tanto por parte del gobierno de Estados Unidos como del de Puerto Rico. El clima se caldeaba cada día más con los debates sobre la Revolución Cubana, las voces críticas emergentes de la Nueva Izquierda y por las movilizaciones de chicanos, nativos americanos, asiático-americanos y puertorriqueños, Panteras Negras y Young Lords.

Cuando le conocí por primera vez, Juan Flores era un joven intelectual progresista, radicalizado durante sus días en Stanford y San Francisco. Quizá quienes le conocieron más tarde como profesor en Hunter, Queens o la Universidad de Nueva York no sepan lo opuesto que era a la neutralidad contemplativa de las instituciones académicas. Pero a principios de los 70 era un activista comprometido con las luchas sociales y políticas de la comunidad puertorriqueña en Nueva York, que declaraba con orgullo su independencia de la academia tradicional donde se había formado. En 1978, junto con José Luis González, Ricardo Campos y Ángel Quintero Rivera, participamos en un simposio celebrado, precisamente, en la Universidad de Princeton. Juan leyó un ensayo pionero coescrito con Ricardo Campos titulado "Migración y cultura nacional puertorriqueñas: perspectivas proletarias". Fue incluido en un volumen publicado por Ediciones Huracán en Puerto Rico en 1979, Puerto Rico: identidad nacional y clases sociales (coloquio de Princeton). Esta obra audaz y provocadora debió de ser uno de los primeros ensayos sobre Bernardo Vega, Pedro Pietri y nuestra tradición diaspórica. Fue un acto deliberado de fundación. Recuerdo claramente la pasión y el tono de Juan. Se convirtió en mi maestro. Seguimos siendo amigos desde entonces.

Aunque siempre estábamos aprendiendo de las vívidas voces de escritores, poetas, músicos y artistas visuales, todavía era una época en la que los ensayos históricos y los libros sobre la migración y la vida cultural puertorriqueña escritos por puertorriqueños en español o inglés eran escasos. La historia de la migración fue casi totalmente ignorada durante mis años de estudiante en Puerto Rico. La mayor parte de mi familia había emigrado a Nueva York a finales de la década de 1940 y formaba parte de esa experiencia vivida, así que estaba ansiosa por adquirir un conocimiento de la política y la historia que yo no tenía. Enseguida me impresionaron los esfuerzos emprendidos por Juan y otros. Estaban produciendo las herramientas que permitirían una novedosa historia del capital y del poder colonial, de las clases sociales y, sobre todo, de la rica cultura cimentada a lo largo de generaciones de emigrantes puertorriqueños que cruzaban fronteras e idiomas.

Juan Flores permaneció profundamente leal a aquellos comienzos, del mismo modo que hoy declaramos nuestra lealtad a su memoria. Le estamos agradecidos no sólo por sus esclarecedores ensayos, sino también por sus charlas y entrevistas, y por su labor pionera en el Grupo de Trabajo de Cultura del Centro. Una de sus mayores contribuciones es la traducción de las Memorias de Bernardo Vega, editadas por César Andreu Iglesias y publicadas en 1984 por Monthly Review Press. Las Memorias, traducidas en colaboración con colegas del Centro, así como en consulta con el padre de Juan, Ángel Flores, y con la escritora Nicholasa Mohr, se convirtieron en un libro fundamental en el proceso de revincular -conectar- el pasado y el futuro. Juan, que a lo largo de los años volvió una y otra vez a ese libro, sabía perfectamente que estaba sentando las bases de una tradición política e intelectual diaspórica que podía y debía valerse por sí misma. Para confirmarlo, basta con leer lo que escribió en el prefacio de la traducción:

Sin embargo, por integral que sea el libro para la problemática nacional en general y para las perspectivas dentro de Puerto Rico..., no cabe duda de que es la comunidad puertorriqueña en Estados Unidos la que más puede beneficiarse, y más directamente, de las muchas lecciones de Bernardo Vega. Para los puertorriqueños que viven aquí, muchos de ellos con acceso limitado al español, la edición en inglés de las Memorias es un acontecimiento que hay que celebrar, pues marca una nueva etapa en la autoconciencia histórica del pueblo. Ningún libro ofrece a los millones de lectores puertorriqueños en Estados Unidos tantas continuidades y conexiones, tantas experiencias vitales reconocibles e identificables, tantos incentivos para recuperar el pasado enterrado y golpear contra un presente insatisfactorio.

Bernardo Vega, Memorias, "Prefacio del traductor", p. xii.

Conexiones, y sus círculos cada vez más amplios. Una palabra clave, como se comprobaría más tarde en los esfuerzos que Juan dedicó a iluminar la íntima relación entre lo afro y lo latino. También se puede ver la resonancia de las palabras clave en los títulos de sus libros. Son exploraciones en profundidad de la relación entre pensamiento político, migración, música popular y literatura. En La diáspora contraataca: Caribeño Tales of Learning and Turning (2009), Flores ofrece muchas ideas sobre cuestiones de migración de retorno, y lo que él llama "remesas culturales". Explora el modo en que dominicanos, cubanos y puertorriqueños cuyas vidas transcurren entre diásporas y patrias necesitan alimentar y mantener un sentimiento de pertenencia con respecto a una comunidad política más amplia en las islas. Pero los que regresan traen consigo notables diferencias en cuestiones de lengua, género e ideas y prácticas raciales. A veces, se descubren dolorosamente como "forasteros".

Hemos perdido a un querido amigo. Juan era un interlocutor absolutamente atractivo. Podía ser franco y directo, a veces con un destello de candor, como si dijera: "Pongámonos serios". Siempre solidario, pero también exigente, sus objeciones debían tomarse en serio. No obstante, entendía la relación entre la amistad y el trabajo artístico y académico. Pasó gran parte de su vida pensando, enseñando y escribiendo sobre poetas y músicos que le gustaban y admiraba, como Pedro Pietri y Tato Laviera, Louis Reyes Rivera y Sandra María Esteves, Víctor Hernández Cruz y Mariposa, y muchos otros. Su poesía le fascinaba, al igual que la poesía de su política: las formas en que los poetas sentían y experimentaban la vida social. Juan sabía, como dice Avishai Margalit, que "las sensibilidades se transmiten menos por las instituciones y más por el lenguaje elevado de los poetas articulados". (Avishai Margalit, La ética de la memoria, p. 63.)

Nunca olvidaré la última vez que vi a Juan. Fue hace sólo unos dos meses, a la sombra de la muerte, aunque no lo sabíamos en absoluto. Se enteró de que yo daría una charla en la clase de Dylon Robbins aquí mismo, en la Universidad de Nueva York, y decidió asistir. También invitó a nuestro querido amigo Jean Franco. Estoy seguro de que a quienes le conocían bien no les sorprenderá saber que no sólo acudió, sino que se quedó, otro ejemplo de su generosidad y amistad. Se desvivía por pasar tiempo con los amigos, disfrutando de la conversación y, cuando era posible, del buen vino y la buena comida. Ese día estuvimos hablando del poeta peruano César Vallejo y sus poemas sobre la muerte y la Guerra Civil española, y, con Jean Franco, de su importante y conmovedor nuevo libro, Cruel Modernidad.

Todo parece aclararse en retrospectiva. Recordar ese último encuentro me llevó a revisitar el bello ensayo con el que Juan contribuyó al catálogo de la exposición "Labor", celebrada en la nueva Biblioteca del Centro en 2011 y comisariada conjuntamente por Antonio Martorell y Susana Torruella. Volviendo al lugar de sus inicios, es significativo que Juan dedicara fielmente su ensayo a sus compañeros de los primeros tiempos fundacionales, Ricardo Campos y Jorge Soto. Y, una vez más, habló de Lamento Borincano, Bernardo Vega, y de la impresionante poesía en Obituario puertorriqueño de su admirado Pedro Pietri. Quiero recordar aquí la voz de Juan, el tono y el sentimiento, intensa e inmediatamente políticos y personales. Sus palabras -fundidas con las de Pietri- fueron dichas desde el corazón:

El poema de Pedro Pietri "Obituario puertorriqueño", del que se extraen estos versos, puede considerarse con razón el himno de la diáspora puertorriqueña. Muchos puertorriqueños se identifican con él y lo asumen como propio de un modo profundamente personal, porque se reconocen a sí mismos y a sus propias vidas en sus inolvidables versos. Se identifican a sí mismos, o a sus allegados, con esos nombres comunes que aparecen insistentemente en el estribillo recurrente:

Juan

Miguel

Milagros

Olga

Manuel

Todos murieron ayer y volverán a morir mañana

Es un nombramiento de lo innombrable, una celebración de las vidas puertorriqueñas en Estados Unidos, y sin embargo, y como anuncia el título, trata en realidad de la muerte, de la vida en la muerte y de la muerte en la vida. Es una canción de redención como obituario.

Nombrar lo innombrable, continuidades, conexiones, reinvenciones...

GRACIAS, JUAN.